El Zaratustra de Nietzsche


La primera parte del prólogo de Así hablo Zaratustra de Nietzsche revela por sí mismo algunas de las ideas centrales de su filosofía: su vocación educativa o formadora; su identificación con ciertos principios y símbolos metafísicos de carácter judeo-cristiano, muy a pesar suyo; su eclecticismo filosófico al integrar elementos del idealismo místico oriental en medio de una cultura y un lenguaje filosófico típicamente occidental, la lucha interior entre el sentido histórico de libertad y el determinismo absoluto en el que, desde su punto de vista, parece desenvolverse el hombre moderno de su tiempo; su búsqueda casi febril del superhombre a partir de su propia transformación o transvaloración de valores; su profunda creencia en la redención del hombre a través de la cultura y su rechazo casi natural e instintivo de la ignorancia y la torpeza humanas; su sentido profundamente humanístico, a pesar de sus  propias contradicciones y la crítica de sus detractores, al  mostrar un sentimiento de responsabilidad ante la ausencia de aspiraciones  auténticas de libertad y sabiduría del hombre común; su crítica al hombre "redil" y la valoración del hombre "solitario" que se arriesga a abandonar la seguridad de  sus dogmas conceptuales  para experimentar un proceso de búsqueda y  transformación de sí; su convicción de que los principios e ideales suprasensibles que guiaron al hombre durante más de dos mil años llegaban a su fin, a través de aquella frase célebre: "Dios ha muerto". Todo Nietzsche ya se encuentra en estos primeros párrafos de su obra. He aquí el texto de la primera parte del prólogo que comentaremos brevemente al final.
Cuando Zaratustra tenía treinta años, abandonó su patria y el lago de su patria y se fue a la montaña.  Gozó allí de su espíritu y su soledad y no se cansó de ello por espacio de diez años.  Al fin cambió de parecer, y un día se levantó al romper la aurora, ofrecio su rostro al sol y le habló de la siguiente manera: 
"Qué sería tu felicidad, radiante astro si no tuvieses a aquellos para los que brillas!.  Desde hace diez años subes a mi cueva, te hubieras cansado de tu luz y de este camino, si no hubiese sido por mí, mi águila y mi serpiente.  Todas las mañanas te esperábamos y recogíamos tu superabundancia: bendiciéndote por ella. Mira que estoy harto de mi sabiduría como la abeja que ha acumulado demasiada miel; he menester manos que hacia mi se tiendan.  Quisiera dar y repartir, hasta que los sabios de entre los hombres se regocijen de nuevo con su estupidez y los pobres con su riqueza".

"A tal fin, tengo que bajar de las alturas; como tú lo haces a la noche, cuando te hundes debajo del mar llevando luz incluso al mundo subterraneo. ¡oh astro pletórico!.  Tengo que hundirme en mi ocaso, como tú, en procura del contacto de los hombres. ¡Bendíceme, pues, ojo sereno, capaz de ver sin envidia hasta una dicha excesiva! ¡Bendice la copa que ansía desbordarse, para que el agua se derrame de ella cual oro y lleve a todas partes el reflejo de tu gloria!.  Mira que esta copa ansía vaciarse y Zaratustra, volver a ser hombre".

Así comenzó el ocaso de Zaratustra.

Bajó Zaratustra solo de la montaña, sin encontrar a nadie. Más cuando llegó a los bosques se le cruzó en el camino un anciano que había salido de su choza de ermitaño para buscar raíces en el bosque.  Y el anciano dijo a Zaratustra:

"No me es desconocido este caminante; hace años pasó por aquí. Llamábase Zaratustra; pero ha cambiado.  Entonces llevabas tus cenizas a las montañas; ¿te propones ahora llevar tu fuego a los valles? ¿No temes al castigo que se impone al incendiario?.  Sí, es Zaratustra.  Su mirar es puro y no se asoma asco a su boca.  ¿no camina como si danzase?.  Ha cambiado Zaratustra; se ha hecho niño.  Se ha despertado Zaratustra. ¿Qué quieres hacer entre los dormidos?.  Vivías en soledad como en alta mar, y el mar te sustentaba.  ¡Ay de ti!, ¿te propones subir a tierra? ¡Ay de ti! ¿te propones arrastrar de nuevo tu cuerpo por tí mismo?".

Respondióle Zaratustra: "Yo amo a los hombres". 

"¿Y por qué me habré retirado yo al bosque y a la soledad? - dijo el santo - ¿Acaso no lo hice por amar demasiado a los hombres?.  Ahora amo a Dios; a los hombres ya no los amo.  El hombre se me antoja una cosa demasiado imperfecta. El amor de los hombres me mataría".

Zaratustra le replicó: "¿Acaso he hablado yo de amor?.  Llevo un regalo a los hombres."

No les des nada - dijo el santo - Antes bien quítales algo de lo suyo y ayúdales a llevarlo.  Así les hará el mejor bien; ¡con tal que te haga bien a ti!.  Y si te empeñas en darles algo, no les des más que una limosna; ¡y que la mendiguen!".  

Yo no doy limosna - repuso Zaratustra -; no soy lo suficientemente pobre para hacer eso." 
Rióse el santo de Zaratustra y dijo: "Pues no te será fácil hacerles aceptar tus tesoros! Desconfian de los solitarios y no creen que vengamos a hacer regalos.  El ruido de nuestros pasos solitarios les parece sospechoso y así, cuando mucho antes de salir el sol, acostados en cama, oyen a alquien caminar en la calle se preguntan: "¿A donde irá el ladrón ése?".

!No te juntes con los hombres, sino quédate en el bosque! !Antes que con los hombres, júntate con los animales! ¿Por qué no quieres ser como yo: oso entre osos y pájaro entre pájaros?.
¿Y qué hace un santo en el bosque?. preguntó Zaratustra.

Respondióle el santo: "compongo canciones y las canto; y mientras las compongo, río, lloro y canturreo entre dientes, así alabo al Dios que es mi Dios.  Cantando, llorando, riendo y canturreando entre dientes alabo a mi Dios.  A ver, ¿Que es lo que nos traes de regalo?.

Al oir estas palabras Zaratustra se despidió del santo diciéndole: "Qué podría darte yo? ¿ Pero ya es hora de que me vaya, no sea que te quite nada!".

Y así se separaron el anciano y el hombre, riendo como dos muchachos.

Cuando Zaratustra estaba de nuevo solo, dijo para sus adentros: "¿Será posible? ¡Ese viejo santo en su bosque no se ha enterado aún de que Dios ha muerto!.
Evidentemente existe cierto aire mesiánico en las palabras del Zaratustra de Nietzsche, pero si trascendemos las metáforas y vamos un poco más al fondo, quizá podamos identificar algunas ideas sugerentes en su pensamiento.

¿Es posible pensar en una idea de negación dialéctica en el "abandono de su patria y el lago de su patria" (Un adios a los conceptos, valores, sistemas y todo aquello que nos da sustento moral y espiritual)?.

¿Cuál es la idea filosófica que se encuentra detrás de la imagen de la montaña y la soledad?

¿Cómo intepretar este aluvión  de metáforas (montaña, soledad, cueva, sol, luz, aguila, serpiente, miel, ocaso, copa, agua, etc.) sin que nos perdamos en la literalidad del texto o en una interpretación demasiado fácil?.

¿Cual sería el concepto filosófico que está detrás de "Quisiera dar y repartir, hasta que los sabios de entre los hombres se regocijen de nuevo con su estupidez y los pobres con su riqueza"?. 

¿Es posible que la aspiración a ser un hombre entre los hombres surja en el ocaso de la vida, o más bien, se trata de hundirse permanentemente en el ocaso de nuestras vidas para ser un hombre entre los hombres?.

Cuando un hombre hace de sí mismo fuego y cenizas, ¿que es lo que atiza nuevamente sus brasas para volver a un nuevo ciclo de fuego y ceniza?.  "Y habiendo tocado el fondo de la vida, soy como leño consumido por el fuego"(1).  Pero, Ay!, ten cuidado de no expandir tu fuego y provocar un incendio, porque serás duramente castigado.

Zaratustra ha cambiado, se ha hecho niño, ha despertado, es más sabio, ha acumulado demasiada miel, ¿Qué es lo que inquieta a Zaratustra para estar nuevamente entre los hombres?.  ¿Es posible que su copa desee volcarse, sus aguas aspiren renovarse, y su vacío clame por nuevos asombros?. Ciertamente, uno no sabe hasta que, después de llenar y vaciar incesantemente su copa, encuentra al fin, que su vacío es suficiente.

!Ay de Zaratustra!, su amor o debilidad por los hombres le hace retornar una y otra vez para arrastrar su cuerpo en un mundo que a veces adquiere un tono muy severo.

¿Prefieres ser como el anciano del bosque, que huye del dolor, de la imperfección y de la muerte del hombre, ser oso entre osos y pájaro entre pájaros, llorando, riendo y canturriando entre dientes a tu Dios,  o más bien, deseas introducirte en el corazón del hombre, asumiendo todo el dolor y la muerte del mundo?,

¿Qué es mejor?, ¿quitar muletas o dar más muletas a los hombres?, ¿dar limosna siempre que te lo pidan o abandonar tu miseria espiritual para arriesgarte y entregar todo tu ser al dolor que implica una humanidad imperfecta buscándose a sí misma a través de la historia?.

¿Que es un solitario sino es precisamente aquel que tiene la capacidad de estar y no estar en el mundo, de ser y no ser en medio de la multitud y del ruido?,  Hay que seguir el camino y construir el futuro en medio del mundo, si!, pero, no te olvides que los hombres desconfían de los solitarios y de los regalos.

Si Dios existe, ¿cómo es posible que muera? y si Dios no existe, ¿puede morir algo que no existe?  Quizá con Hanna Arendt podríamos pensar y decir: "sería conveniente reflexionar sobre qué se quiere decir en realidad cuando se observa que la teología, la filosofía y la metafísica han llegado a un final; ciertamente, no que ha muerto, algo sobre lo que se puede saber tan poco como sobre su existencia (tan poco, de hecho, que incluso la palabra "existencia" está fuera de lugar), sino que la manera en que Dios ha sido pensado durante milenios ya no es convincente; si algo ha muerto, sólo puede ser el pensamiento tradicional de Dios.  Y algo similar ocurre con la filosofía y la metafísica; no es que las viejas cuestiones que acompañan al hombre desde su aparición sobre la tierra hayan devenido "carentes de significado", sino que el modo en que fueron formuladas y resueltas han perdido su validez" (2).

NOTAS.-
(1) Búsquedas de verdad y lejanía, obra poética inédita del autor del presente artículo
(2) Hannah Arendt. La Vida del Espíritu, p. 36-37, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002

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