Relación Maestro-Discípulo en el proceso de Individuación [1]
Entiendo por individuación aquel proceso mediante el cual el sujeto toma consciencia de sí, de su naturaleza biológica, psicológica, su entorno social y cósmico; conoce sus potencialidades, motivaciones y limitaciones; su desarrollo ontogenético y filogenético, pero también su desarrollo cósmico; comprende su pasado y afronta su futuro sin perder de vista su presente; un ser humano sensible, abierto, dispuesto a aprender, vivir, convivir y construir con los demás seres, humanos y no humanos, un mundo más vital y armónico con las leyes naturales y evolutivas, un mundo en permanente transformación, autorrealización y co-realización.
Sin embargo, debemos tomar en cuenta que, cuando hablamos de un
proceso de individuación, no nos referimos al proceso de individualización que luego puede derivar en un individualismo. Aun cuando los términos parecer similares, se trata de procesos diferentes. La
individualización tiene que ver con la formación de la
personalidad en el transcurso de las distintas etapas de la vida, infancia,
juventud y adultez, en el que intervienen variables biogenéticas, psicogenéticas y
culturales, los cuales dan como resultado cierta identidad y características personales que la distinguen del entorno colectivo.
Por el contrario, la individuación es el
desarrollo de la conciencia más allá de los límites de la personalidad o identidad puramente individual que
muchas veces actúa como máscara social. Tal desarrollo de la consciencia no se detiene en la
personalidad, sino que experimenta una integración del ser consigo
mismo, con su entorno biológico, natural, social y cósmico; no solamente para comprenderlo, sino para superarlo en
tanto fuerzas condicionantes para conducirse conscientemente hacia un horizonte
impersonal más amplio en términos de tiempo
y espacio.
Por otro lado, el proceso de individuación para algunos pensadores como Jung “es un proceso moldeado por el
Self, arquetipo de la totalidad, en el supuesto de que, cuando lo consciente y
lo inconsciente, el ego y el Self, tienen una relación continua, será posible mantener
un sentido de única individualidad del ser humano, así como una conexión con la mayor
experiencia de la existencia”[2]. Esto supone la existencia de un sí mismo, una
sustancia, una esencia, una naturaleza intrínseca, una
identidad, una hecceidad[3],
que debe ser “des-cubierta” y expresada cual
potencialidad inmanente.
Sin embargo, esta concepción de individuación asentada en la hecceidad esencial del ser humano es refutada por
Simondon (1924-1989), para quien, el proceso de individuación, es más bien la construcción de una singularidad
en y con el devenir, lo cual permite “una refundación de los modos de pensar, percibir y existir”[4]. Es decir, no es que la individuación sea un descubrimiento y expresión de la esencia
del ser, como algo ya dado e intrínseco, sino un
proceso ontogenético inverso por el cual el ser que deviene se individua, es
decir, el individuo surge como consecuencia del proceso de individuación y no al revés. No obstante,
dicha individuación no genera un individuo total o completo, sino una realidad
relativa, inacabada, un ser en proceso en el que se presentan fuerzas en tensión que se van resolviendo o consumando en sucesivas fases de manera
continua y permanente, de modo que el individuo viviente es al mismo tiempo
“sistema de individuación, sistema individuante y sistema individuándose”[5].
En consecuencia, ¿Cuál sería la relación maestro-discípulo en el proceso de individuación del ser,
considerando ambas perspectivas o haciendo una síntesis de ambas?
Partiendo desde la perspectiva Jungniana, el maestro debería apelar a todas aquellas estrategias que posibiliten el
descubrimiento del sí mismo del discípulo, de su esencialidad, de su particularidad o individualidad intrínseca.
Esto supone que el Maestro debería estar en
condiciones de percibir con cierta aproximación la
particularidad individual y potencial de cada discípulo, y procurar que sea el mismo discípulo el que perciba y reconozca su propia hecceidad y trabaje
sobre ella para su expresión y manifestación, lo cual devendría en un proceso
de individuación existencial, es decir, un poco a la manera de la reminiscencia o
anámnesis platónica, para quien “desde siempre, la verdad existe en nosotros” y quizá por ello, la estrategia de su maestro Sócrates, fue “incitar al hombre
a recordarse” sin forzar ni imponer un modelo, un sistema o un método que pretenda uniformizar o estandarizar dicho proceso de
descubrimiento.
En cambio, desde la perspectiva Simondoniana, el maestro debería procurar que el discípulo piense y actúe en función del devenir, de
su medio, de su entorno y de sus relaciones actuales y presentes; valore las
fuerzas que operan dentro de sí y fuera de sí en cada situación, funde su pensamiento y acción en el devenir,
al punto de ser él mismo un ser en devenir, es decir, un sujeto en permanente
cambio y en constante individuación, resultado de una experiencia de participación continua y renovada en un proceso de interacción con su medio natural, social y cósmico; un poco a
la manera en que el Dr. David Ferriz señalaba “si no hay misión no hay sendero”, lo que equivaldría a señalar que, si no hay un desplegamiento vital, entrega, actividad y
dedicación a la construcción de un mundo por
venir, para sí y para los demás, no habría individuación, porque las
cosas no están dadas, ni siquiera la propia hecceidad, lo cual coincide con aquella
frase del pensamiento atribuido a Cervantes: “hijo de mis obras
soy”.
No obstante, sea desde la perspectiva Jugniana o Simondoniana, o
desde una perspectiva que sintetice a ambas posiciones, lo cierto es que la
relación maestro-discípulo no puede
desarrollarse a partir de un esquema generalizante, de un plan o sistema homogéneo para todos, ni siquiera en los primeros años, sino, posibilitar el despliegue, la relación, el encuentro, la interacción e interrelación del discípulo consigo
mismo y con su entorno físico, biológico,
psicológico, social y cósmico. Es decir,
una relación que le permita pensar y actuar de manera autónoma, crítica y
emancipadora, en el sentido más amplio en qué cada uno de estos términos tienen,
más allá de cualquier connotación doctrinaria.
A este respecto, es fundamental lo planteado por Simondon, cuando
señala que el proceso de individuación hace aparecer
no solo al individuo, sino a la pareja individuo-medio. De manera que el medio
es consustancial al individuo e indispensable en el proceso de individuación, al punto que podríamos señalar que no hay ser, sino devenir del ser. Y por extensión podríamos decir, no hay
sociedad o sistema establecido invariantemente, sino un devenir social en
permanente cambio.
¿Cuál es nuestro medio natural, social y cósmico actual?, estamos en una época posmoderna
para algunos y transmoderna, poshumana o transhumana para otros, lo cierto es
que nos encontramos en un bucle de tiempo y espacio caracterizado por un dinamismo
comunicacional e interactivo excepcional, derivado de los desarrollos tecnológicos e informáticos de alta performance,
velocidad y transformación, al punto que
lo artificial y lo inteligente parecen confluir y tomar vida propia; pero al
mismo tiempo, nos encontramos en un momento histórico lleno de
complejidades, confusiones, bifurcaciones, irrupciones, disrupciones,
continuidades y discontinuidades sociales, culturales, políticas y territoriales; un mundo en constante cambio, y sin
embargo, desde otro punto de vista, un mundo en el que nada parece experimentar
un cambio sustancial, un mundo en el que todos claman o reclaman una parte de la
tierra y esta se niega a pertenecer a nadie; una sociedad global y altamente
desarrollada, pero al mismo tiempo, una sociedad tribal, ciega, violenta y
destructiva. Una sociedad con grandes recursos comunicacionales, pero en el que
numerosos individuos comienzan a sentir una absoluta soledad.
¿Cuál debería ser la relación maestro-discípulo en medio de estas circunstancias?
Estamos en un tiempo propicio para que tanto maestros como discípulos podamos realizar aquello que todos los pueblos antiguos de
oriente y occidente han anhelado, la unidad y complementariedad de principios
contrarios, la conjunción, o mejor aún, la “síntesis disyuntiva o disyunción
interactiva”[6] de fuerzas centrípetas y centrífugas, de
principios solares y lunares con todas las significaciones mitológicas, filosóficas e iniciáticas que ello comporta.
Estamos en una época propicia para
la síntesis de principios materiales y espirituales, racionales e
intuitivos, conscientes e inconscientes, masculinos y femeninos, trascendentes e
inmanentes, de luces y sombras, de afirmación del bien y de los
aspectos positivos de la vida, pero también del mal, el
error, la enfermedad y la experiencia dolorosa de la misma. Un mundo en que vida
y muerte no son sino expresiones naturales de una sola energía en proceso de evolución.
Si reconocemos a la manera Jungniana que tenemos una
individualidad eterna, un sí mismo, una
sustancia, una esencia o una hecceidad, es tiempo de descubrirla, iluminarla y
expresarla para nuestro crecimiento y aporte individual a la colectividad, lo cual
no se contradice en lo esencial con la concepción Simondoniana,
que considera la situación actual y las
fuerzas que participan en ella, una gran oportunidad para establecer relaciones
e interacciones que hagan emerger seres individuados, es decir, conscientes,
abiertos, inmanentemente trascendentes o trascendentemente inmanentes, seres con
voluntad de poder[7] y voluntad de ser, integrados
a su entorno, a la vida y al cosmos en constante cambio y devenir. He ahí la responsabilidad del Maestro y las
prospecciones de posibilidad para el discípulo.
[1] Este artículo
fue escrito como muestra de mi homenaje al bicentenario de
la fundación del Glorioso Colegio Nacional de Ciencias de la ciudad del Cusco y
en mi condición de miembro de la promoción hermana de 1972 del Instituto
Nacional de Comercio N° 27, parte integrante, en aquella oportunidad, de la
Gran Unidad Escolar Inca Garcilaso de la Vega del Cusco.
[2] Juan Carlos
Alonso González, La individuación desde el enfoque de
Carl G. Jung. Revista de Psicología Universidad de
Antioquia, 10 (1), 2018, p. 325.
[3]
El término hecceidad proviene del
latín haecceitas, que denota la "última realidad de la cosa".
[4] Pablo Esteban Rodríguez, Prólogo a la obra de Gilbert
Simondon “La Individuación a la luz de las nociones de forma e información”.
Ed. Cactus, 2015, p. 19.
[5] Gilbert
Simondon, La Individuación a la luz de las nociones de forma e
información”. Ed. Cactus, 2015, p. 31.
[6] La “síntesis disyuntiva” fue planteada por el filósofo francés Guille Deleuze.
[7] No nos referimos al poder como dominación sino al poder
como desarrollo de la voluntad
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