Época de transición (I)
Hace aproximadamente dos siglos, Hegel, escribía en su Fenomenología del Espíritu, unos párrafos un tanto oscuros pero suficientemente inteligibles con un poco de esfuerzo analítico como para establecer a partir de sus palabras cierto paralelismo con la época actual en que acabamos de empezar la segunda década del siglo XXI. Veamos lo que Hegel dice a propósito de las etapas de transición.
"No es difícil ver, por lo demás, que nuestro tiempo es un tiempo de parto y de transición hacia un período nuevo. El espíritu ha roto con el mundo anterior de su existencia y de sus representaciones, y está a punto de arrojarlo para que se hunda en el pasado, está en el trabajo de reconfigurarse. Cierto es que él nunca está en calma, sino que está prendido en un permanente movimiento hacia adelante. Pero, igual que en el niño, después de una larga alimentación silenciosa, la primera respiración interrumpe - en un salto cualitativo - la parsimonia de aquel proceso que solo consistía en crecer, y entonces nace el niño, así, el espíritu que se está formando madura lenta y silenciosamente hacia la nueva figura, disuelve trozo a trozo la arquitectura de su mundo precedente, cuyo tambalearse viene indicado sólo por unos pocos síntomas sueltos; la frivolidad y el tedio que irrumpen en lo existente, el barrunto indeterminado de algo desconocido, son los emisarios de que algo otro está en marcha. Este paulatino desmoronarse que no cambiaba la fisonomía del todo se ve interrumpido por el amanecer, un rayo que planta de golpe la conformación del nuevo mundo.
Solo que esto nuevo tiene tan poca realidad efectiva perfecta como, justamente, el niño recién nacido, y es esencial no dejar de atender a esto. La primera entrada en escena no es, por ahora, más que su inmediatez o su concepto. Igual que un edificio no está terminado cuando se han puesto sus cimientos, el concepto del todo al que se ha llegado tampoco es el todo mismo. Allí donde deseamos ver un roble en el vigor de su tronco y en la envergadura de sus ramas y en la masa de sus follaje, no nos contentamos con que, en su lugar, nos enseñen una bellota. Y así, la ciencia, corona de un mundo del espíritu, no está culminada en su comienzo. El comienzo del nuevo espíritu es producto de un vuelco revolucionario de largo alcance, con múltiples formas culturales, es el premio a un camino con múltiples revueltas y un esfuerzo y denuedo igualmente múltiples. Es el todo que retorna a sí mismo saliendo de la sucesión y de su despliegue convertido en el concepto simple de ese todo. La realidad efectiva de este todo simple, empero, consiste en que aquellas configuraciones convertidas en momentos, vuelven de nuevo a desarrollarse y darse una configuración, pero en su nuevo elemento, en el sentido devenido.
En tanto que, por un lado, la primera aparición del nuevo mundo no es, de primeras, más que el todo oculto y envuelto en su simplicidad, o el fundamento general de ese todo, para la conciencia, en cambio, la riqueza de la existencia precedente está todavía presente en el recuerdo. En la figura que acaba de aparecer, la conciencia echa en falta la expansión y la particularización del contenido; pero más aún echa en falta una conformación elaborada de la forma por la que las diferencias estén determinadas de manera segura y ordenadas en sus relaciones firmes y estables. Sin esta conformación elaborada, la ciencia carece de inteligibilidad universal, y tiene la apariencia de ser la posesión esotérica de unos cuantos individuos: una posesión esotérica, pues sólo está disponible, por ahora, en su concepto o en su interior; y de unos pocos individuos, pues su aparición sin expansión deja su existencia en algo singular y aislado. Solo lo que esté plenamente determinado, será, a la par, exotérico, comprensible conceptualmente, susceptible de ser aprendido y de ser propiedad de todos. La forma entendible de la ciencia es el camino hacia ella ofrecido a todos y hecho igual para todos, y alcanzar el saber racional por medio del entendimiento es la justa exigencia de la conciencia que se suma a la ciencia: pues el entendimiento es el pensar, el yo puro sin más; y lo inteligible es lo ya conocido por la ciencia y por la conciencia no científica". (1)
Se trata evidentemente de una etapa de transición entre dos mundos, un mundo que se va y un mundo que viene. Por supuesto que Hegel no es el único que formuló tales ideas, hubo muchos gobernantes, conquistadores, emperadores, profetas, mensajeros espirituales y hasta científicos que anunciaron el inicio de un gran período, sea a partir de su sola intervención o gesta heroica o de la caída de determinados imperios, del surgimiento de determinados fenómenos sociales o religiosos, o del descubrimiento de determinados hechos científicos y tecnológicos. Lo cierto es que la humanidad, cuando menos en occidente, se ha caracterizado por anunciar buenas nuevas cada cierto tiempo y afirmar que nos encontramos en una etapa de transito hacia una nueva época.
Hegel, anuncia un advenimiento, el advenimiento de una nueva etapa de la historia que para él constituye una muestra de la evolución del espíritu humano, a esta etapa le denomina, la etapa de la ciencia, entendida no en su sentido aplicativo, utilitarista y tecnológico como lo entendemos ahora, sino en su sentido filosófico de saber absoluto, no como el amor a la sabiduría, sino como la sabiduría misma.
Claro que podemos disentir de Hegel en muchas cosas, empezando porque el advenimiento de una nueva etapa para Europa o para el mundo occidental no necesariamente tiene que ser para la humanidad, o que el advenimiento de la ciencia no tiene por qué marcar el surgimiento de un mundo nuevo, porque la humanidad y en general la vida del ser humano es algo más que ciencia. Además, la ciencia tal como es pensada por Hegel no es algo nuevo, ya había florecido en épocas muy antiguas, lo cual nos haría pensar más bien en un retorno y no en un advenimiento. Podemos también disentir de ese carácter circular y cerrado con el que Hegel interpreta la evolución del espíritu. En fin, podemos alejarnos en muchos sentidos de Hegel, pero no podemos dejar de reconocer esa forma magistral de plantear el proceso de transición entre una etapa y otra, el encuentro entre dos mundos, el lento proceso de cambio que suele caracterizar las grandes etapas de la humanidad, aquellos giros que realiza el hombre en su proceso de evolución a través de la historia.
Hoy, al concluir la primera década del siglo XXI, nos encontramos en un momento similar al que Hegel describe (si no es la prosecución de la misma etapa de transición desde la Revolución Francesa), no sabemos aún hacia dónde nos dirigimos, ni el camino que estamos tomando como humanidad, pero de lo que estamos seguros es que estamos asistiendo a un gran proceso de cambio, esta vez a nivel global, no solamente europeo, no solamente occidental. Se trata de un gran cambio social, que emerge no de la lucidez de un gran pensador o líder nacional o continental, sino de la población mundial cansada de un sistema social que ya lleva algunos siglos y que se ha tornado insoportable.
Pero como todo cambio de largo alcance, también implica un lento proceso social. Todos quisiéramos ver rápidamente algo nuevo, todos quisiéramos reconocer un nuevo sistema social, no nos contentamos con que nos muestren una bellota, queremos ver el árbol con todo el peso y la masa de su tronco, ramas y follaje, sin embargo, se trata de un proceso que durará posiblemente varios decenios, sino es mucho más, ya que se trata no de una transición hacia una etapa fugaz y momentánea de la humanidad , sino hacia una etapa de larga duración, que probablemente implicará muchos siglos. Ya es tiempo que comencemos a ver la realidad en sus múltiples formas, abandonar nuestro punto exclusivo de observación, el marco de nuestra ventana ideológica, salir hacia campo abierto y explorar el horizonte desde las cimas de las montañas más elevadas.
Si Hegel plantea el surgimiento de un nuevo mundo caracterizado por el advenimiento de la ciencia en el sentido del Saber absoluto, nosotros señalamos (junto a muchos pensadores) el advenimiento de un nuevo hombre, de una nueva sociedad, del "descubrimiento del hombre trascendental"(2) que no niega su propia inmanencia; del conocimiento y desarrollo más pleno de sus potencialidades, de una nueva relación consigo mismo, con la sociedad, con la naturaleza y con el cosmos, el cual abre a su vez nuevos horizontes para la ciencia, el arte, la filosofía y la religión. Es decir, nuevas formas de vivir, pensar y sentir que implican a su vez nuevas formas de interacción y diálogo entre los hombres, entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el cosmos, y consiguientemente nuevas formas de enseñanza y educación.
¿Cómo es que vislumbramos el advenimiento de un nuevo mundo?, ¿a qué oráculo hemos consultado para anunciar esta buena nueva?. No tiene nada de extraño ni esotérico, se trata simplemente de un poco de sensibilidad social aunada a una visión de síntesis cultural. No necesitamos recurrir a ninguna profecía, solamente ver al hombre frente a si mismo en medio de sus condiciones y circunstancias históricas, sociales, naturales y cósmicas.
Ese advenimiento, podemos vislumbrarlo en los movimientos sociales contemporáneos que no necesariamente son confluyentes o compatibles entre sí, no tienen por qué serlo, se trata de síntomas y manifestaciones que rompen el sistema social actual y sus representaciones y comienzan a configurar un nuevo mundo. ¿Cuales son esas manifestaciones de cambio que "maduran lenta y silenciosamente hacia la nueva figura, que disuelven trozo a trozo la arquitectura de su mundo precedente", que irrumpen en lo existente y hacen tambalear al sistema?, ¿Cual es ese "barrunto indeterminado de algo cuya forma aún nos es desconocido" y que sin embargo provoca un "paulatino desmoronarse" de este sistema imperante?. Empecemos a describir algunas de esas manifestaciones que no por ser recientes dejan de resumir la aspiración de muchas generaciones anteriores.
El movimiento pacífico de los jóvenes del 15M que demanda cambios sustanciales en los sistemas políticos y económicos no solo de España sino de Europa; la protesta masiva de los estudiantes universitarios y escolares de Chile que demandan una educación más cualitativa y desligada del afán de lucro; las revueltas del mundo árabe en el norte de África y el medio oriente que claman por una democracia y participación ciudadana conculcada hace muchísimos años; el rechazo masivo hacia la barbarie en Noruega y la toma de consciencia de que la violencia y la masacre puede venir de las propias entrañas del sistema; la estupefacción ante las revueltas y el pillaje en varias ciudades del Reino Unido que evidencian la existencia de un magma social inestable agudizado por las múltiples diferencias sociales, económicas y étnicas, que demandan urgentes modificaciones sociales y políticas; la forma tan estoica y admirable con que el pueblo japonés supo hacer frente a la catástrofe y la contaminación nuclear que evidencia las enormes potencialidades solidarias de un pueblo respecto a sí mismo y respecto a los demás; las sequías y la hambruna de millones de personas en Somalia, problema que no es nuevo y que en pleno siglo XXI, con la tecnología existente podría no solamente haberse previsto sino resuelto con un poco de voluntad política y apoyo financiero de parte de los países desarrollados; la lucha no violenta emprendida por los activistas liderados por Hazare en la India, que demandan una mayor transparencia en los actos de gobierno así como la extirpación de la corrupción en muchos niveles y áreas de la vida política y económica del país; la explosión de violencia, barbarie y delincuencia organizada en algunas zonas urbanas de América latina, aunada a los hechos de corrupción y clientelaje político, que nos muestran cómo el sistema actual se cae trozo a trozo en sus propias entrañas, independientemente del color político que se tenga, al punto que todo pareciera dirigirse hacia una catástrofe social de dimensiones planetarias, ignorando que todos esos hechos no son sino síntomas de un lento proceso de cambio del espíritu del hombre hacia un mundo nuevo.
¿Pero acaso hemos agotado con la descripción apenas nominable (por razones de espacio) de los síntomas y manifestaciones?. No, porque desde hace varias décadas existen en el mundo cientos o quizá miles de organizaciones que desarrollan acciones de investigación, de apoyo y de cooperación social en muchos puntos del planeta; movimientos cívicos aquí y allá que luchan por el respeto a los derechos humanos; organizaciones de protección y conservación del medio ambiente así como organizaciones de protección a los animales y especies en extinción; movimientos de productores que luchan por una agricultura orgánica y una alimentación menos contaminada con productos químicos; organizaciones de profesionales de la salud que promueven las medicinas alternativas y bioenergéticas, los estilos de vida más saludable y la previsión de la enfermedad en lugar de una casi exclusiva concentración de tiempo y recursos en el tratamiento de enfermedades; organizaciones que luchan por una disminución de los niveles de contaminación ambiental en todas sus formas y expresiones, desde el uso doméstico de productos sintéticos de limpieza hasta el uso de sustancias químicas nocivas en la industria, la agricultura y la minería; organizaciones nativas que luchan por evitar la tala indiscriminada y utilización de cientos o miles de hectáreas de bosques para la agricultura industrial o a la explotación minera o petrolera.
Es evidente, que estamos ante una colisión de dimensiones universales, la colisión de dos mundos, pero se trata de una lucha desigual, porque el sistema imperante está sostenido por grandes poderes hegemónicos, políticos y económicos que bajo la apariencia de "progreso", "desarrollo", "democracia", "libertad", "libre competencia", "libre mercado", "tecnología de punta", etc., intentan conservar su dominio y permanecer en el poder indefinidamente. Sin embargo, una observación atenta de los sistemas publicitarios del sistema imperante nos permitirá darnos cuenta que todo ello está asentado sobre determinados mensajes subliminales de miedo, terror, incertidumbre, desconfianza, competencia, intolerancia, etc. cuando no de "castigo", de "guerra justa", de "soberanía" e "identidad" social o étnica que hay que proteger, etc., olvidando que todo esos "valores" ya no corresponden a un mundo globalizado culturalmente, en donde las interacciones sociales y culturales son indispensables y en los cuales ninguna identidad corre el riesgo de perderse si se la respeta y conserva. ¿Por qué se tiene tanto temor a la interacción cultural?, ¿Desde cuándo se arrastra ese temor?. ¿Por qué el dinero traspasa todas las fronteras del planeta en cuestión de segundos y las personas no pueden hacerlo?.
El viraje paulatino hacia la izquierda en algunos países latinoamericanos o el fortalecimiento de la ultra derecha en algunos países europeos no son sino parte de este proceso de cambio que parece tomar a su vez múltiples formas aparentes, en los cuales el espíritu humano intenta evadir el diálogo, la alteridad, la madurez política y social por encima de los intereses ideológico-partidarios y la visión unilateral de sus propuestas. Ya no estamos en tiempos de bipolarizaciones ni dualismos irreconciliables, necesitamos concepciones de síntesis que respeten la diversidad de opiniones. La concepción misma de política, de gobierno y de estado necesita cambiar, abrir el paso a concepciones amplias y multipartidarias pero con una gran participación ciudadana. No es posible que se siga practicando una oposición política de pura negación, de boicot, de zancadillas, de desconocimiento de aciertos, etc., hay necesidad de ingresar en una práctica más madura de la política, con una gran apertura al diálogo y al consenso. La práctica dialéctica está lejos de ser una pura oposición irracional en favor de intereses partidarios a costa de los intereses de la mayoría de la población, que espera de sus políticos el ejercicio del diálogo y de la razón argumentativa para alcanzar acuerdos en favor del bienestar de la población en general y no solamente de determinados grupos. La misma concepción de político debería repensarse, se espera que éste sea más bien un servidor, un comisionado público y temporal de la población para atender necesidades comunes y no el portavoz o protector de una casta o un gremio de profesionales expertos en el arte de gobernar indefinidamente.
NOTAS.
(1) Hegel, Georg Wilhelm Friedrich. Fenomenología del Espíritu, p. 65-67, edición bilingue de Antonio Gómez Ramos. Abada Editores/UAM Ediciones, Madrid, 2010.
(2) Raynaud de la Ferriere, Serge. Arte en la Nueva Era, p. 21, Editorial Diana, México, 1980
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