Un llamado a los jóvenes de hoy en el Perú



Después de todo lo visto y escuchado en el Perú en estos 68 días de Gobierno Cívico-Militar promovido por los sectores de derecha y ultraderecha del Congreso de la República, patrocinado por la política hegemónica de los EEUU, y que ha costado tantas vidas (60 muertos, centenares de heridos y detenidos) debido al uso irracional, arbitrario, indiscriminado y desproporcionado de la fuerza por parte de la Policía Nacional y el Ejército Peruano al hacer frente a las protestas y manifestaciones de la población, evidenciando a todas luces la imperiosa necesidad de una reorganización general de estas instituciones.
Después de escuchar, una y otra vez, las declaraciones de la presidenta, su primer ministro, ministro del interior y demás ministros, así como congresistas, tribunos, jueces, fiscales, gobernadores regionales, alcaldes y otras autoridades; pero también, declaraciones de muchos representantes de organizaciones económicas, empresariales, gremiales, sindicales, educativas, culturales y sociales, incluyendo a los propios protestantes y manifestantes de las diversas regiones, especialmente del sur del Perú.
Después de observar cómo la prensa nacional oculta, tergiversa y deforma los hechos y la naturaleza de las manifestaciones y protestas a través de sus medios escritos, radiales y televisivos en favor de los sectores más conservadores del país.
No podemos dejar de hacer un llamado a los jóvenes de hoy, más allá de la política partidaria de izquierda o derecha, más allá de lo doloroso que significan estos momentos para las familias que han perdido a sus seres queridos, más allá de lo caótico y confuso que pueden significar las contingencias actuales, para decirles lo siguiente:
Hay que tomar nota de lo que está pasando en estos meses fatídicos e históricos que vive el país, guardar memoria de las luchas del pueblo, asimilar la dura experiencia social que se está viviendo frente a la política de represión implementada por este gobierno, para no caer en actos y errores que hoy repudiamos.
Existe la absoluta necesidad de construir otro Perú, otra forma de hacer política, otra forma de hacer gestión pública, de gobernar desde el ámbito microrregional hasta el ámbito nacional con la suficiente preparación académica, histórica, sociológica y cultural, pero, sobre todo, con la suficiente decencia, honestidad y vocación de servicio; instaurar formas democráticas de participación y comunicación directa con el pueblo; establecer sistemas de gobierno incluyentes, dialogantes, responsables y éticos en todos los niveles institucionales y en todos los espacios.
El camino no será fácil y menos inmediato, hay que hacerle frente a los radicales o extremistas de todo tipo; pero, el objetivo no concluye en las próximas elecciones ni en el nuevo Congreso de la República; se trata de una lucha de largo aliento que seguramente pasa por la redacción de una nueva Constitución Política y por una reforma de las Leyes Orgánicas más fundamentales del Estado, incluyendo la ley de partidos políticos, la ley electoral, etc., pero sobre todo, debe pasar por un proceso de reeducación y reconstrucción cultural individual y colectiva, a fin de construir un tejido social más sano, más humano, más incluyente e integrador, y al mismo tiempo, más justo, pacífico y sostenible; que trascienda nuestro horizonte inmediato y se proyecte hacia un futuro que no lo podremos ver, pero que estamos seguros que los niños, jóvenes y adultos del futuro lo podrán gozar.
Una de las lecciones de estos aciagos momentos es que los jóvenes de hoy deben ingresar en la política para cambiarlo todo o casi todo, porque esta generación de políticos de hoy, no solo es la peor de la historia republicana de nuestro país, sino, que representa los últimos estertores de la vieja política patriarcal, vertical, jerárquica, clasista, racista, elitista, lobista y servilista de intereses propios y ajenos al desarrollo nacional.
En la década de los 90, este mismo tipo de políticos, oligarcas y tecnócratas difundieron por todos los medios institucionales y comunicacionales, la idea de que la política y el Estado eran casi necesarios, porque el mercado lo regularía todo y que lo mejor para los jóvenes era que se dedicaran a carreras o actividades productivas o emprendedoras para no perder el tiempo en carreras sociológicas, históricas, filosóficas, antropológicas, políticas y humanísticas en general, porque no llevaban a nada productivo y mucho menos al “éxito material” como valor supremo en una sociedad monetarista y altamente competitiva. Así se aseguraban que no hubiera sectores críticos en la sociedad, pero al mismo tiempo, buscaban por todos los medios, tener no solo el control económico del país, sino, también el control del poder ejecutivo, legislativo y judicial.
No es que el desarrollo material o económico deje de ser importante, por supuesto que lo es, pero enfatizarlo por encima de todos los demás valores de la sociedad, a costa de destruir y contaminar el medio ambiente, eliminar los medios de subsistencia de comunidades indígenas, andinas o amazónicas, en provecho de una economía extractivista que beneficia sobre todo a inversionistas extranjeros, sin fortalecer las capacidades productivas, sociales, culturales y espirituales de organización, cooperación, búsqueda del bien común, trabajo conjunto, creación colectiva y protección frente a las amenazas del entorno, no fue una política adecuada.
Han pasado 30 años desde aquel discurso neoliberal y estamos como estamos. Un Perú con cifras macroeconómicas, que para algunos son referenciales a nivel latinoamericano, pero que al mismo tiempo evidencian enormes desigualdades y niveles de pobreza que cualquier investigador social podría comprobar en los cinturones urbanos y semiurbanos de la capital y las principales ciudades del país, especialmente en las zonas andinas y amazónicas del sur del Perú, en donde, paradójicamente, se encuentran algunas de las más grandes reservas de cobre, plata, oro, gas, litio, y a los cuales se podría agregar la biodiversidad, las reservas naturales, el patrimonio cultural , el agua dulce, etc.
Es hora de empezar a hacer política en el sentido más grande y trascendente (más allá de derechas o izquierdas); y si bien todo acto es político en sí mismo, hay la necesidad de volver a ennoblecer la preocupación por el gobierno de los pueblos, elevándola más allá de la ciénaga en que se encuentra actualmente y convertirla en lo que siempre debió ser, la tarea de servicio público más alto que tiene un pueblo o un país, y cuyo ejercicio requiere de hombres y mujeres con una alta visión de vida, un alto sentido ético y humano, una comprensión cabal de la historia universal y particularmente de la historia del Perú, y al mismo tiempo, una visión de país y de mundo completamente transformadora hacia una sociedad más justa, más solidaria, más incluyente, más sabia y más sostenible.
Seguramente muchos dirán que todo lo que acabamos de señalar es utópico, ¡claro que sí!, pero si la política deja de ser utópica en el sentido más positivo, deja de ser esencialmente política, para convertirse en lo que es actualmente, un instrumento al servicio de intereses puramente económicos y ajenos al desarrollo nacional, y lo que es peor, en trance de convertirse en un instrumento al servicio del narcotráfico y las organizaciones criminales.
Evitemos, por todos los medios a nuestro alcance normalizar la ignorancia, la mentira, la traición, el cinismo, el robo, la corrupción, la torpeza, la injusticia, el odio, la violencia, el insulto, la burla y el ataque personal en todos nuestros actos y en todos los espacios. Construyamos una democracia verdaderamente dialogante, participativa, respetuosa de todas las ideas, de todas las razas, lenguas, culturas, pueblos, climas y que José María Arguedas sintetizó bien en la frase: todas las sangres.
No nos dejemos arrastrar por una visión maniquea y reducida de la realidad que parece prevalecer actualmente en el mundo actual (buenos y malos, demócratas y terroristas) y que pretende decirnos que otro mundo es imposible. Tengamos la fuerza y ​​la valentía suficiente para construir la paz y la unión de los pueblos, en lugar de optar por el camino fácil y sin argumentos de la agresión y la guerra.

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